Si “las grandes obras de arte son simultáneamente las creaciones supremas de la naturaleza”, como escribió Goethe, la desacralización a la que la naturaleza ha sido sometida a partir de Nietzsche junto a la demonización de la experiencia de lo bello ha implicado no solo el aceleramiento de su declive ante una humanidad que dejó de mirarse en ella para conocerse y a la que comenzó a resultar indiferente, sino también la consecuente generalización de la denigración de las artes visuales, el rechazo de la capacidad oracular de sus imágenes y su reducción a útil didáctico por parte del esteticismo crítico indiscriminado, tan elitista como autoritario y puritano, de las ideologías en boga, como ya denunció inútilmente Martin Jay a finales del siglo pasado.
El interés de Carlos Forns por la ilustración naturalista surgida de un período en el que arte, ciencia y filosofía desarrollaban conjuntamente un proyecto que concernía profundamente al ser humano, le ha llevado a considerar la actividad pictórica como expedición científica y viaje iniciático. En el transcurso de esta travesía fluvial se recolectan especímenes tanto entre los recuerdos de la infancia como entre todas las imágenes por él creadas a lo largo de su trayectoria, pero también entre las que ofrece el mundo entendido como continente desconocido, como naturaleza cargada de una sacralidad que se transmite a todos sus habitantes haciendo que el hombre, al respetarse a sí mismo, respete también a la naturaleza. El pintor-explorador, acuciado por las posibles apariciones de sentido, busca establecer conexiones entre los distintos especímenes encontrados: “Para todas las cosas, el sentido consiste en su concatenación“, nos dice Heráclito, y es ese sentido el que se persigue al enlazar unas con otras las imágenes, los hechos acaecidos, que son también unidades de tiempo, eslabones, períodos de actividad pictórica que van depositando sus frutos uno tras otro. Pero no es el sentido lo que finalmente hace su aparición tras todas estas concatenaciones oraculares, sino las obras acabadas, los cuadros, dibujos o esculturas que se enfrentan como enigma a su creador y a quien los quiera contemplar, al mostrar las cosas en el esfuerzo de su llegar a ser.