TEXTOS

LO INSÓLITO Y LO HERMOSO. Braulio Ortiz, 2023.

Como Luis Cernuda, que en sus paseos por el Alcázar de Sevilla comprendió que “hay destinos humanos ligados con un lugar o un paisaje” y soñó allí “un día la vida como embeleso inagotable”, del mismo modo que el poeta sintió que “la amplitud del cielo” lo empujaba “a la acción; el alentar de las flores, las hojas y las aguas, a gozar sin remordimientos”, Carlos Forns Bada albergó también en su infancia sevillana esa revelación de quienes asisten a la belleza y el prodigio que depara el mundo. Aquel niño que había nacido en Madrid pero residió sus primeros diez años en el sur, en el hispalense barrio del Porvenir, descubriría –con su sensibilidad que despertaba entonces– la emoción y el asombro ante la vegetación de los chalés de aquellas calles, del cercano Parque de María Luisa, la conmoción que reservan el azahar o la jacaranda, las variaciones o la singular partitura que interpreta cada estación en los árboles. Esa experiencia estética, una suerte de aventura para quien se deja embriagar por lo que le sugieren los sentidos, quedaría grabada en el ánimo de aquel muchacho, que recordaría ya adulto aquel escenario y su invitación al disfrute como una arcadia, un edén privado, y suscribiría aquello de que la infancia del hombre es su patria. Igual que Cernuda se consagró a la poesía para volver a situarse al borde de una fuente, bajo el magnolio, Forns Bada tal vez se hizo pintor para revivir ese diálogo primigenio con las plantas, con la naturaleza, para seguir abrazando lo insólito y lo hermoso.

En Al borde del mar. Una fantasía de pinturas y cristales, la exposición que acoge el Centro de Arte Faro Mayor de Santander, Forns Bada sigue aferrándose a esa admiración y esa sorpresa genuinas de la infancia, un patrimonio feliz del que el autor nunca se deshizo en su extensa trayectoria, y reivindica frente a la “razón estéril” el cauce de lo sensorial, los códigos de la inventiva y la emoción como los únicos lenguajes posibles para alcanzar lo sublime, ese estado de gracia en que se desenvuelven los niños y puede que también los artistas y los poetas. El creador incluyó en Concatenaciones Oraculares (Estampa Editores, 2018), una selección de los diarios que escribió entre 1994 y 2017, una cita de Novalis que describe la poderosa fascinación que ejercen “los ropajes cambiantes del paisaje”, la vivencia íntima que alguien experimenta ante las plantas. “Uno desearía llorar de alegría, desearía apartarse del mundo y no hacer sino hundir sus manos y sus pies en la tierra, para que allí enraizaran”, escribe el romántico alemán. Pintar, discierne Forns Bada, es otro modo de adentrarse en ese terreno y prolongar la siembra. En esos mismos diarios, más adelante, el autor evoca la impresión que le causaron unas láminas realizadas bajo la dirección de Celestino Mutis en el Nuevo Reino de Granada, “sus composiciones enigmáticas, la precisión demencial de su técnica miniaturista y el brillo de los colores utilizados”. El mundo vegetal se transformaba, en la mirada subjetiva de quienes inmortalizan ese portento, en un vergel de geometrías inesperadas, en una alucinada lección de biología habitada por cuerpos fabulosos.

Al borde del mar. Una fantasía de pinturas y cristales, en la que Forns Bada se inspira en textos de Bruno Schulz y Giordano Bruno, avanza en esa senda de una naturaleza desbocada, en la investigación de una materia que muta y se expande y da pie a nuevas y quiméricas formas de vida. Alguna vez el artista ha comparado la pintura como la expedición de un descubridor que transita un río inexplorado, ha sostenido que quien crea emprende una expedición a lo desconocido, y esto es lo que hace Forns Bada en su descenso a los arrecifes de lo insospechado. Como los ilustradores de botánica que dejaban testimonio de la exótica flora de las nuevas tierras, como un noble que atesora en su gabinete de curiosidades con ilusionada codicia los extraños objetos que le remiten, el autor perfila una galería de formas y criaturas extraordinarias, relieves y caracteres improbables que parecen surgidos del campo fértil de los sueños, visiones que nos interpelan. Forns Bada compone un manifiesto contra lo rocoso y lo inalterable, una sinfonía bellísima en la que defiende todo lo que fluctúa, lo permeable y lo poroso, lo que muere y vuelve a nacer, la tenacidad de la bacteria y de la célula. Una forma, tal vez, de llegar a la poesía desde la ciencia.

En los fondos marinos de Forns Bada, anatomías dotadas de órganos, de cavidades, arterias y osamentas, la naturaleza construye faros majestuosos, las algas conforman una orfebrería barroca, y caparazones, fósiles y pétalos otras piedras preciosas se suman al temblor ilimitado del mundo. Las morfologías dibujadas por el artista poseen una rotunda carnalidad y al mismo tiempo invocan a la trascendencia, celebran otras formas de lo celeste. Todo tiene un componente de promesa y sugiere la continuidad: en estos inauditos paisajes se suceden las vainas, las larvas, las huevas, los bulbos, los hongos. Forns Bada también está sembrando una semilla en nosotros, los espectadores de su obra, cautivados por el fulgor y la maravilla que nos propone. Como Novalis, también deseamos llorar de alegría y echar raíces en este jardín único.

AL BORDE DEL MAR. Carlos Forns Bada, 2023.

I. NUEVAS VARIACIONES SOBRE UN TEMA DE SCHULZ

La fecundidad y vitalidad de la materia –me aseguró Bruno taxativamente– no tiene límites. Desde la profundidad abisal de la que procede sentimos su llamada y el hechizo de su seducción nos arrastra inevitablemente a moldearla. Formas planctónicas, larvarias, vibran en su corazón oscuro y esférico aguardando la leve fluctuación que en él provocará nuestra atención, liberándolo de la parálisis de su perfecto equilibrio. La materia se estremece ante el panorama interminable de sus posibilidades, y reverberando nos hace señales y nos tienta con imágenes caleidoscópicas, burbujeantes y fosfénicas nacidas de delirios inconfesables. Carente de iniciativa, la materia es campo abonado para toda clase de ensoñaciones geométricas y manipulaciones demiúrgicas equívocas, como las del niño que juega febril con el barro a la orilla del mar.

No hay materia muerta –dijo Bruno–, la muerte tan solo es un velo reflectante que nos muestra los límites de nuestra comprensión y a través del cual se filtra el rumor de una infinitud de formas de vida y de conciencia inimaginables. Aunque están prohibidos para nosotros los extraordinarios poderes que poseyó el Demiurgo, disponemos de otros métodos heterodoxos, imaginativos y astutos para lograr nuestros propósitos. La perfección inalcanzable del Demiurgo no ha de cohibir la creación de nuestro propio universo; sabemos que nuestras criaturas serán aparentemente efímeras como la caligrafía nacarada de la espuma del mar, pero cada una de ellas aportará con su exclusiva singularidad un eslabón más a la gran cadena áurea que une lo uno con lo múltiple y por la que se transmite un saber siempre excepcional y en crecimiento.

¿Comprendes ahora –preguntó Bruno– el profundo sentido de mi gran debilidad por los trozos de papel de colores, por los limos mezclados con algas, escamas o élitros iridiscentes de insectos, por el papier mâché, por los barnices y lacas, por los líquenes secos como estopa crujiente, por las plumas de aves diminutas y por el serrín obtenido en los túneles excavados por larvas ciegas? Es éste nuestro amor por la materia, por los recortes y fragmentos desechados que de ella encontramos por doquier en el gran la

boratorio y taller del universo; amor por sus cualidades primarias: maleabilidad, porosidad, esponjosidad e ineludible consistencia mística. En ella se encuentran en feliz fusión todos los opuestos. El Demiurgo busca que la materia visible se vuelva invisible al hacerla desaparecer ante los ojos de la vida; pero nosotros, al contrario, amamos sus contradicciones, su resistencia a la razón, su torpeza de golem. Nosotros hacemos visible lo invisible: como la bajamar dejamos al descubierto tesoros enloquecedores y las cosas así reveladas llegan a ser tan espirituales que terminan por ingresar en el campo visual de la mirada interior.

En una palabra –dijo Bruno–, queremos que todas nuestras criaturas se hagan a imagen y semejanza de aquellas que nos muestran los modelos de cera, de pasta de papel o de madera pintada que se guardan en los más vetustos museos de Zoología, Botánica y Antropología supervivientes del reformismo didáctico.

No se trata –continuó– de dar rienda suelta a la irracionalidad, sino de saber poner freno a una razón cuyos sueños son ya monstruos de esterilidad. Utilizaremos armas matemáticas elásticas y una geometría tierna y simbólica para encontrar las nuevas leyes orgánicas de nuestros universos subjetivos, que no despreciarán la valiosa aportación de cada ser en su absoluta singularidad transitoria e inmortal a un mismo tiempo. Liberados de todo condicionamiento genético, criaturas planctónicas emergerán a la luz conformando un cielo estrellado cegador.

A lo largo de varias noches continuó el relato que Bruno me hizo de este nuevo Génesis.

Al realizar nuestro gran sueño –la generatio aequivoca– despertamos en la materia su autoconciencia irónica. Generatio aequivoca de seres semiorgánicos, florifauna bullente producto de una fermentación fantástica; criaturas cuya apariencia puede recordar a ciertos crustáceos, vertebrados gelatinosos y cefalópodos. Se trata de seres amorfos, sin estructura interna fiable, resultado de la inercia imitativa de la materia que, dotada de una vaga memoria, cree ilusoriamente repetir formas ya establecidas. Las formas, por surgir de los mismos tres diagramas fundamentales (Mente, Intelecto y Amor) con los que modelamos la materia, pueden guardar entre sí un aire de familia, aunque en muy distintos niveles de la existencia, pudiéndose así reconocer jardines en los arrecifes coralinos, confundir frutos exóticos con crisálidas, o ver en las rocas metamórficas paisajes de la costa amalfitana.

La exhuberante aparición de pseudoflora o pseudofauna tiene lugar preferiblemente en las viejas estancias impregnadas de las emanaciones destiladas por los seres que allí vivieron o por los acontecimientos que presenciaron. Estancias internas de nuestra consciencia, invernaderos y acuarios públicos abandonados o habitaciones olvidadas de grandes mansiones en las que la atmósfera desgastada está saturada de la sustancia de que están hechos los sueños humanos; escombreras piranesianas en las que abunda el humus fértil del recuerdo, el plancton nervioso de las añoranzas y de los tedios ineludibles. En ese sustrato las semillas de una vegetación interior tenuamente mimética germinan velozmente; parasitismo cuyo ciclo de vida se renueva sin cesar en sucesión vertiginosa de primaveras y otoños, generando una tempestad multicolor de pétalos, de hojas y de translúcidas algas desprendidas de los herbarios decimonónicos.

Una vez –continuó Bruno– pude localizar una de esas puertas olvidadas, mimetizada ya entre los desconchones de la pared, que permitía el acceso a unos trasteros inmensos. De las grietas del suelo, cayendo desde las molduras y orlando los vanos, de entre los restos de mil objetos ya casi irreconocibles convertidos en humus, invadía el aire gris violáceo una filigrana de tallos, zarcillos y raíces que trazaban la escritura tibia de un invernadero acuático y que vibraba con los murmullos de una gloriosa primavera hábilmente recreada. Me invadió una inmensa felicidad, olvidada desde mi infancia, viendo aquella floración inesperada de cianobacterias nerviosas, de diatomeas doradas y de purpúreos dinoflagelados que, como copos de nieve iridiscente, caían desde el tapiz translúcido que las delgadísimas ramas coralinas tejían y destejían sin cesar bajo la radiante luz que descendía desde el cielo crepuscular pintado en el techo.

Antes de llegar la noche –concluyó Bruno– no quedaba ni rastro de aquella deslumbrante floración; mágica y refinada creación de la materia polimorfa estimulada por la presencia humana. Esta primavera urdida por nuestra demiurgia no es sino un enorme teatro de engaños poéticos y sabios; tras cada telón alzado aparecen nuevas revelaciones que, durante un instante, resplandecen para dejar más tarde al descubierto su simple, noble y eficaz naturaleza de papel pintado, soporte de sueños inmortales.

Interpretación irrespetuosa y libérrima de un texto de Bruno Schulz entreverado con notas de Giordano Bruno y Nicolás de Cusa.
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II. GEOMETRÍAS AL BORDE DEL MAR

Los diagramas que ilustran el Opúsculo de Praga (titulado “Contra los matemáticos” en un guiño a Sexto Empírico y dedicado a Rodolfo II) los termina de grabar personalmente Giordano Bruno en Frankfurt, arriesgando su vida al permanecer en dicha ciudad en la que se ha dictado ya la orden de su expulsión. Esto nos indica la especial importancia que para él tiene el completar esta producción xilográfica –impresa en trazos blancos sobre un oscuro fondo abisal que los vuelve deslumbrantes– y que presenta sin apenas explicaciones escritas indicando que debe ser sentida antes que comprendida, como ya antes que él había exigido Nicolás de Cusa para enfrentarse a las imágenes geométricas con que visualizó sus intuiciones más inefables.

Como escribe Ubaldo Nicola en su introducción a “El sigilo de los sigilos”, las imágenes diagramáticas de Bruno están realizadas con la intención de conducir lo geométrico a lo orgánico/vegetal; son imágenes activas, visionarias y altamente emotivas con las que tenemos que interactuar para lograr la interiorización del cosmos “en una excitación progresiva de la imaginación visual; especulación geométrica que ensalza el punto de vista más subjetivo. Los componentes de cada figura diagramática parecen poseer una naturaleza inestable, mutando continuamente su estructura interna, de manera que la totalidad, aun permaneciendo aparentemente geométrica, presenta el aspecto de un bullir caleidoscópico, de algo vivo, de un pulular casi orgánico de formas que evocan una germinación vegetal desenfrenada. La vegetalización de la geometría con la que Bruno se expresa pictóricamente es una característica constante de las alucinaciones mandálicas”, pero también lo es de las imágenes que se desarrollan siguiendo una “estructura en fortaleza” y que se muestran resplandecientes y vibrantes, en contínua metamorfosis, en las visiones migrañosas, que parecen guiar la creación de las cegadoras ilustraciones del Opúsculo de Praga.

De entre esos diagramas, muchos de ellos aparentemente insensatos, Bruno destaca tres extremadamente equilibrados de los que nos dice derivan todos los demás: Mente (unidad), Intelecto y Amor (anima mundi), estando representados respectivamente por el punto dentro de un círculo (sol), la luna creciente en forma de guadaña y una estrella de cinco puntas. Con estos tres diagramas principales nos pide “suspender el razonamiento discursivo y privilegiar la contemplación meditativa”. Se trata –no lo olvidemos– de interiorizar el universo para poder convertirnos en magos, en demiurgos capaces de crear conjuntamente con la naturaleza.

Todas las imágenes brunianas van acompañadas de elaboradísimos y minuciosos elementos vegetales que parecen brotar por doquier, compuestos de agrupamientos de pequeños círculos con un punto en su centro (que recuerdan ramilletes de huevos de animales acuáticos), de estrellas, de lunas crecientes y de hojas acorazonadas. Es como si Bruno quisiera indicar que los diagramas son semillas, tubérculos o bulbos que hay que dejar atrás enterrados bajo tierra para que de ellos, tras su reblandecimiento, surja la vida. Las geometrías, aun siendo simbólicas, sólo llegan hasta un punto en su capacidad de ser fuente de sabiduría, tras el que ceden el paso a las manifestaciones generadoras propias de lo orgánico y de la imaginación. Podría decirse que la geometría reblandecida sirve de compost de elementos euclidianos descompuestos que la vida digerirá para poder desarrollarse.

Guido del Giudice, en su estudio sobre la obra ”Contra los matemáticos”, indica que la mayoría de los supuestos ejercicios que Bruno propone en este tratado no responden en absoluto a los resultados euclidianos que se nos prometen. Las ilustraciones (los diagramas) van acompañadas de textos que hacen referencia tan sólo a algunas de ellas; son textos de sonoridad mántrica en los que se repiten una y otra vez algunas frases, que recuerdan las letanías de la Virgen María o la lenta cadencia del deshacerse de suaves olas en la orilla del mar, depositando sobre nuestra consciencia la frágil filigrana de los foraminíferos, de los radiolarios, de los encajes de algas y de corales blandos: concatenación de ensoñaciones geométricas que la brisa transportará a las tierras de cultivo donde se ensayan vidas más complejas.

Se trata, pues, de un tratado que ofrece un repertorio de ejercicios de geometría puramente simbólica, imaginaria, a la manera de Nicolás de Cusa, aunque éste sustituyó finalmente las imágenes geométricas por la de una rosa ofreciéndose en medio de un arbusto erizado de espinas; zarza en llamas en la que se consumen las asperezas y la rigidez estéril de la geometría ciega, y de la que surge el aroma revelador de las flores.

LA ALEGORÍA DEL SENTIDO DE LA VISTA, DE JAN BRUEGHEL. Carlos Forns Bada, 2019.

La Alegoría de la vista de Jan Brueghel, una de esas pinturas extraordinarias que nuestra época es ya incapaz de producir, parece custodiar la clave para la correcta interpretación de todas las demás obras de arte del Museo del Prado. Conocida es su relación con la revalorización de la imaginación, de las imágenes, de la naturaleza y de las artes manuales llevada a cabo por el neoplatonismo florentino en el siglo XVI, cuyo principal representante es Marsilio Ficino, cuyo influjo fue enorme en los artistas que, como Botticelli, Leonardo o Miguel Ángel, hicieron del arte la auténtica magia renacentista capaz de transformar lo invisible en visible.

Para Ficino, que sabe dar un giro insólito al pensamiento de Platón, las obras de arte creadas por pintores, escultores o arquitectos permiten acceder tanto a las verdades de las cosas naturales como a las de las cosas divinas. El apóstol Pablo, en su epístola a los romanos, ya había advertido que Dios permite acceder a las cosas invisibles a través de las cosas visibles por él creadas. Ahora el hombre queda definido por su actividad creadora, prolongando el acto divino que hace del universo y de cada una de sus criaturas una obra maestra absoluta. Una concha, una flor, un ave multicolor o una piedra semipreciosa, por compartir un alma universal y un mismo origen, constituyen el vehículo que desvela la presencia de lo espiritual en lo terrenal con ayuda del arte y la imaginación. Escribe Ficino en su Teología Platónica: “las artes humanas están capacitadas para realizar por sí mismas todo aquello que realiza la misma naturaleza, como si nosotros no fuéramos siervos, sino émulos de la naturaleza”. Naturaleza que, como se lee en los textos herméticos, surge de la sonrisa de Dios protopadre como “un objeto femenino de una belleza total, cuya visión dejó atónitos a los demás dioses”. De Plotino, a quien traduce, toma Ficino la idea de que hemos de cambiar nuestra visión terrenal común por otra distinta “y despertar a la visión que todos poseen pero pocos utilizan”. Es ésta la visión del ojo interior, la visión espiritual.

La Alegoría de la Vista de Jan Brueghel, fechada en 1617 y realizada con ayuda de Rubens, despliega con una alucinante precisión microscópica de detalles un completísimo inventario de las diversas artes visuales fruto de la capacidad manual de los artistas, así como ejemplos de la fecundidad sin límites de la naturaleza: tapices, medallas, pinturas, esculturas, instrumentos científicos, obras de orfebrería y grabados aparecen junto a flores, conchas y algunos animales, componiendo una alegoría de la búsqueda de la visión espiritual en clave de vanitas, pues Ficino establece el modelo del artista como genio melancólico sometido a Saturno, identificando la melancolía aristotélica con el “furor divino” de Platón.

La lectura del cuadro ha de comenzarse teniendo en cuenta la afición al hermetismo alegórico y a las imágenes simbólicas que los escritos de Ficino generaron. Comenzando de izquierda a derecha y eligiendo sólo algunas pocas de entre las innumerables imágenes que se nos ofrecen, llama primeramente la atención una gran esfera armilar, símbolo del orden matemático y eterno del universo -pero también evidencia de la habilidad artesanal del hombre- y, a su lado, un jarrón con un ramo de flores que representa la belleza de las creaciones de la naturaleza. Unidos, ambos elementos constituyen un emblema de lo que la creación divina y la humana pueden ofrecer. Modelo del funcionamiento del cosmos y modelo de las bellezas de la creación pueden resumirse en una imagen diagramática que se utilizó para la composición del primer jardín botánico que se abrió en Europa -el Jardín de Simples de Padua- cuya planta circular en la que se inscribe un cuadrado dividido por dos ejes ortogonales da como resultado la división del espacio en doce parcelas inscritas en un octógono, figura que simboliza la armonía entre el hombre y el cosmos, entre lo terrestre (el cuadrado) y lo celeste (el círculo). El número ocho es también el número de Hermes, el dios mediador entre el cielo y la tierra, dios de las artes y patrono de toda actividad intelectual, cuya figura en bronce se encuentra pintada justo junto al jarrón con flores, donde también vemos el busto de otra divinidad, tal vez Saturno.

Octogonal es también la mesa situada más abajo sobre la que se ven varios instrumentos de medición. El ocho es número de la regeneración, de los procesos de paso iniciáticos hacia una nueva vida y una nueva capacidad de ver, en los que lo terrenal alcanza su animación, su divinización. Números, colores y figuras son para Ficino las cualidades menos apegadas a la materia, a los elementos, pero que en los niveles más elevados del mundo, es decir, en los celestes, reivindican para sí la máxima autoridad, ya que el cielo es -como describe Aristóteles en su De caelum– inmaterial y sólo constituido por luz; luz que es colores, números y figuras; figuras celestes que Ficino propone llamar hexágonos, pentágonos, cuadrados.

Sobre la mesa octogonal aparece también parte de un dibujo o grabado en el que se ha representado la planta pentagonal de una construcción defensiva, de una fortaleza. Estructuras en fortificación es el nombre que recibe por analogía una de las más comunes visiones internas que aparecen superpuestas a la de la realidad durante los procesos migrañosos. Este tipo de visiones, utilizadas con una gran imaginación e inteligencia, han sido fuente de admirables enseñanzas para, por ejemplo, Hildegarda von Bingen, Giorgio de Chirico o el neurólogo Oliver Sacks. Las estructuras en fortificación pueden hacer su fulgurante aparición semejando una diminuta oruga que luce complejísimos trazados geométricos sobre su piel, los cuales son realmente vistos con ojos distintos a los ojos físicos, mostrando una capacidad insólita para percibir lo microscópico de manera exacerbadamente precisa. Esta pequeña oruga crece lentamente transformándose en una estructura geometrizante que se desarrolla describiendo una curva logarítmica vibrante y cegadora, que se expande por el campo visual hasta superar sus límites y desaparecer, recordando en su última fase el borde zigzagueante de un ala de mariposa.

Oliver Sacks interpreta este tipo de visiones -de las que él mismo disfrutó desde niño sin tener que sufrir los dolores de cabeza a ellas asociados- como la capacidad de algunas personas para percibir los rudimentos de la creación y captura de imágenes por parte de las neuronas visuales en su constante búsqueda de estructuras reconocibles. Puede uno imaginar la curva logarítmica de la estructura en fortificación desarrollándose desde el dibujo de la planta de una fortificación situado sobre la mesa octogonal y dirigiéndose hacia la nuca de la figura central del cuadro de Brueghel, que personifica a la Venus superior o uránica (descrita por Platón en su Simposio como enfrentada a la Venus vulgar o inferior). La Venus superior pintada por Brueghel, cuyo manto azul celeste alude a los cielos inmateriales constituidos exclusivamente por luz, adopta la típica postura melancólica apoyando su cabeza sobre una de sus manos, mientras que la otra parece dirigirse hacia una lupa para mejor observar la pintura que un angelote le muestra y que representa el milagro por el que un dios encarnado le concede a un ciego la capacidad de ver.

Eugenio Garin, en su libro El hermetismo del Renacimiento, nos dice que para el filósofo florentino la imaginación visualiza con sus construcciones fantásticas los conceptos, haciéndolos sensibles y terrenales, como dioses o inteligibles encarnados. Escribe Ficino: “la imaginación concuerda con lo sensorial en cuanto percibe las cosas particulares; superando lo sensorial pues aun en ausencia de cosas, produce imágenes. La imaginación es como Proteo, es como el camaleón”.

Una cabeza de camaleón, símbolo de la interiorización de las imágenes y de la vista penetrante, vista de perfil y dirigida hacia la derecha, puede percibirse, si se entornan los ojos, inscrita en la forma triangular que compone con sus brazos esta Venus óptica entregada a la especulación y la contemplación más profundas -y por ello aquejada de melancolía- y que busca a través de la imaginación acceder a una visión nueva y espiritual que sólo por medio de lo divino encarnado puede alcanzarse. Sin esta ayuda, inútiles resultan los instrumentos ópticos que abundan en la estancia en que se desarrolla la escena ideada por Brueghel.

Continuando la lectura del cuadro hacia la derecha, vemos situada en el suelo tras un cuadro en el que se representa una escena báquica -referencia tal vez a ritos de iniciación mistérica- una colección de conchas exóticas. Estos naturalia son no sólo símbolo de la fecundidad y creatividad de la naturaleza, de su capacidad generativa, sino también elementos que aparecen tradicionalmente acompañanando a las ceremonias de iniciación mistérica en las que se accede a una nueva vida, en este caso -una vez más- a una nueva capacidad de ver.

Finalmente, en el extremo derecho de la composición vuelven a aparecer las flores, sometidas ahora a un orden geométrico, componiendo una gran orla oval en torno a la imagen cristiana del misterio de la encarnación de Dios, imagen visible de lo invisible que las bellezas combinadas de arte y naturaleza pueden hacer posible. Esta imagen puede ser sustituida por la de Psique (el alma), que logra la unión del mundo superior con el inferior por mediación del espíritu, y aparece como una mariposa del género Zerynthia, cuyas alas poseen dibujos geométricos zigzagueantes que recuerdan vivamente las estructuras en fortificación de las visiones interiores migrañosas capaces de espolear a una imaginación atenta y creativa.

El alma, cuya principal facultad es la imaginación y no la razón, es para Ficino centro de la naturaleza y nexo de unión de todo el universo.

 

Carlos Forns Bada, noviembre de 2019, con motivo de la exposición Homenaje al Museo del Prado (Galería Estampa, Madrid).

ESTRATEGIAS EXPEDICIONARIAS (VOYAGES OF DISCOVERY). Carlos Forns Bada, 2012.

Las expediciones de correcta apariencia científica en las que he participado durante el transcurso de las últimas décadas pueden distribuirse en tres apartados sucesivos. Primero tienen lugar aquellos viajes cuyos objetivos son la recuperación, la apropiación y la descripción natural de los paraísos selváticos de la infancia vivida, empresa en la que la memoria constituye el instrumento de investigación idóneo; tanto la memoria del estado de vigilia como aquella que a través de los sueños aporta una especial carga simbólica y emotiva a los recuerdos, activándolos como mecanismos de vibración perpetua.
Posteriormente, el descubrimiento de un vasto continente, cuya realidad insospechada se revela como una cuarta dimensión superpuesta a los territorios áridos de la experiencia cotidiana y sus apremios de supervivencia, impulsa la organización de nuevos viajes para la exploración de estas tierras, mucho más próximas e inaccesibles que los escenarios de la infancia, de los que en esta fase se dispone ya de conocimientos sólidos; de elaborados herbarios y de colecciones entomológicas o de minerales. Éstos, junto con la capacidad de observación, instigada por la curiosidad y la admiración que la contemplación del universo produce, son ahora los medios adecuados para percibir los frágiles paraísos del presente.
El tercer apartado lo constituyen las expediciones emprendidas ante la posibilidad de existencia de otros mundos, menos transitorios y más consistentes que los del presente o del pasado. De ellos llegan anticipándose imágenes, noticias, que parecen vibrar al unísono con las que proceden de nuestra infancia y con las cosechadas en el presente. La imaginación es la herramienta imprescindible para lograr un detallado inventario de la fauna y de la flora de estos paraísos posibles trasmundanos.
Resultado de la participación en los tres posibles tipos de expedición enumerados es el poder acceder a una visión singular de las imágenes naturales de nuestro mundo, capaz de conectarlas tanto con las de nuestra infancia como con las que nos llegan de los paraísos supracelestes. Este entretejer de datos, este tránsito de imágenes de uno a otro universo, conforma un motivo final en el que cada espécimen recolectado parece entrar en resonancia con otros de muy lejana procedencia, pudiendo alcanzar esta vibración común una súbita incandescencia que alumbra por un instante la apariencia de un sentido, inesperado, iridiscente y fugaz.

PESCA CON COMETA. Carlos Forns Bada, 2010.

Los hombres viven sin saberlo en el fondo de un mar turbio, alimentándose de las visiones opalescentes que hasta allí descienden, confundiendo el cielo con las aguas. Sus almas emergen burbujeantes desde las más recónditas hendiduras de los arrecifes coralinos como esferas ígneas y estallan más allá de la superficie que limita su mundo, liberando imágenes tenuemente antropomorfas parecidas a insectos alados pequeños y luminosos.
Protegido como por la membrana del interior de un huevo, el mundo, según Demócrito, queda recubierto por una red de átomos en forma de anzuelo entrelazados. Ángeles, sirenas aladas y cigarras socráticas, expertos pescadores del mediterráneo, lanzan a la hora de la siesta anzuelos con cebos de belleza incandescente para ayudar a las almas en su ascenso a través de los círculos celestes, tensos y vibrantes a su paso como las cuerdas de un arpa, permitiendo a aquellas olvidar todo recuerdo superfluo que sea lastre que las ancle a su vida subacuática, preservando sólo las imágenes inapreciables de su infancia.
Llegadas al campo florido de las galaxias, las almas, que viven una vida eterna sin saberlo, se entregan felices a juegos pueriles, persiguiendo mariposas y buscando flores en los márgenes exuberantes de los bosques sagrados. Adentrándose en grutas mágicas descubren en su interior pequeñas casas de barro en las que reconocen aquellas en las que vivieron sus primeros años, con sus jardines sembrados de asfódelos y de granados. Transcurrida una década, hostigadas por la búsqueda de presas aún más bellas, se pierden inconscientemente en la espesura de los bosques. Allí, enormes ángeles guardianes les conducirán pacientes hacia puentecillos vacilantes, de tablas que ceden; hacia barrancos ocultos tras macizos de flores; hacia serpientes tutelares que acechan enroscadas en descomunales varas floridas de digitales purpúreas. Tras el encuentro ritual, el suelo se abre bajo sus pies, ese suelo supraceleste hecho de jaspes, cornalinas y rubíes, y las almas, siempre proclives al asombro, comienzan un largo deslizarse por una red neuronal de túneles de luz que hará de ellas crisálidas, asteroides, semillas de mundos insólitos. Finalmente, depositadas sobre el limo fértil y piranesiano de nuevos arrecifes, encarnadas ya, iniciarán juegos de imaginación de cuya eternidad son cómplices cigarras y sirenas sabias y benévolas, entonando cantos anfibios a la belleza del cosmos y a las visiones que un más allá cotidiano les ofrece.

NOSTALGIA DE UN JARDÍN. Jaume Vidal Oliveras , 2008

Podríamos decir, como escribía el poeta, que toda la obra de Carlos Forns no son sino «los recuerdos de un patio de Sevilla», la evocación de un jardín andaluz donde transcurrió su infancia. pero es que desde siempre, del pensil persa al huerto medieval o el jardín zen, la imagen del jardín aparece envuelta de connotaciones nostálgicas, de un halo de añoranza. Pues el jardín no es sino la evocación melancólica del Paraíso original, la reproducción terrenal del edén celeste… Todo jardín es un paraíso perdido, como la infancia.
Pero el simbolismo del jardín es mucho más amplio. Lugar de encuentro de los amantes, vergel de las delicias, espacio de meditación, reflejo del universo… son algunos de los significados asociados a la idea del jardín. Todos estos sentidos están en la obra de Carlos Forns porque, como reza el título de la exposición, «Teatro de la luz», la superficie de sus lienzos describe un espacio de la revelación, un lugar de apariciones, en el que, cual ilusiones fantasmáticas, afloran las imágenes.
Uno de los cuadros que se presenta en la exposición lleva por título «Angelología». Carlos Forns me explicaba que este enunciado se le ocurrió un día, paseando por Madrid, cuando, en el corazón de la urbe, entre el tráfico, el asfalto y las oleadas de transeúntes, descubrió, como si se tratara de una aparición angélica, una rara mariposa. Se trataba de una especie exótica, venida de tierras lejanas, inverosímil de encontrar en el escenario gris de una gran ciudad. Era la experiencia de lo maravilloso, una chispa que alumbraba y dejaba entrever por un momento un atisbo de la Belleza. Un ángel se apareció en Madrid.
Iluminado por la imaginación creadora, este manto vegetal que cubre los cuadros de Forns es al mismo tiempo una «imago mundi», una expresión en miniatura del universo, y una imagen del alma interior. Todo este cosmos botánico aparece animado por un movimiento misterioso -¿el paso de un ángel?- que enlaza la creación entera en una omnímoda cadena del Ser: insectos y larvas metamorfoseándose en plantas, flores cristalizadas en piedras preciosas, microorganismos mineralizados en fósiles fantásticos. poco a poco, este jardín ha ido liberándose de las cadenas de la tierra, han ido desapareciendo de él las referencias espaciales que se percibían todavía en sus cuadros de los noventa, para elevar el punto de vista hacia la cúpula celeste. Reflejos del cielo en el estanque del jardín.
Las flores, los insectos, las piedras preciosas constituyen un jeroglífico de signos, un balbuceo de palabras, con los que el pintor va engarzando frases, pensamientos apenas esbozados que en el espacio del cuadro se iluminan de sentido para narrar mil y una historias. El artista, que ha aprendido amorosamente en su pintura el lenguaje de las plantas, trabaja como el jardinero o como el orfebre. Como el jardinero, su labor es «cultivar» imágenes, hacerlas «aflorar». Como el joyero, que desbasta y pulimenta la piedra bruta hasta convertirla en preciosa, su búsqueda se cifra en «sacar la luz» y el color que palpita en el fondo de la materia.
En esta exposición, Carlos Forns presenta un aspecto prácticamente inédito de su trabajo: los dibujos de primeros de los noventa. Aquí se despliegan los signos que constituyen el lenguaje cifrado que es su jardín. Estos pequeños dibujos nos aproximan a la gramática de la creación porque conforman como una especie de abecedario a partir del cual se configuran las frases que son las obras definitivas. Es el material bruto, la materia gris a partir de la cual emerge toda una iridiscencia de luces y colores, las semillas de las que brotarán las flores de su jardín.

[Texto realizado para el catálogo de la exposición TATRO DE LA LUZ]

FORNS BADA. Jaume Vidal Oliveras, 2000.

La pintura como vehículo de emociones profundas, así presentaría a Carlos Forns Bada (Madrid, 1956), un artista de itinerario diverso y complejo y que ahora culmina un proceso con esta exposición excepcional, en la que recrea un universo particular de plantas insólitas y extrañas. Pero este mundo de artificio encierra significados ocultos, un lenguaje simbólico de flores y plantas. A este universo vegetal le acompaña una serie de retratos de personajes durmientes y visionarios. Sin duda este cosmos es la expresión de la visión de estos seres. Y, como en el caso de los románticos, se trata de la visión interior, de una forma ideal, de un espacio del paraíso. En la exposición, además, se muestra una serie de pequeños retratos qe encarnan a los escritores clásicos; son representados de manera primitiva y asociados a una planta; aspecto este, el de identificar la figura con un vegetal, que por sí solo informa del sentido simbólico del jardín iridiscente de Forns Bada. Lo que interesa señalar de estospersonajes es la mirada; una mirada nocturna porque se trata de unos ojos clarividentes. Este cosmos vegetal es de una ternura extremada y puede tener un carácter un poco naïf; no es extraño, porque éste es uno de los lenguajes del deseo. Y del deseo es de lo que trata la exposición.

[Texto aparecido para el suplemento EL CULTURAL de EL MUNDO]

EXTRAÑOS FRUTOS. Marcos Ricardo Barnatàn, 1998.

Entremos al extraño jardín en el que crecen con naturalidad estas figuras atormentadas. Es un jardín diferente a los demás jardines, tiene la entonación de aquellos enfebrecidos poemas que componían los surrealistas franceses, y que después cruzaron el océano como palomas excéntricas y anidaron en el castellano transatlántico, es un jardín que estamos seguros haberlo soñado alguna vez.
El espacio y el tiempo son diferentes en este jardín diferente.
La luz es también especialmente rara, los colores tienen unos destellos infrecuentes. Hasta nos inquieta el silencio que murmura este jardín.
Hablo de los extraños frutos pintados por Carlos Forns Bada (Madrid, 1956) y que pueblan esta nueva individual suya en la galería Estampa. Son las mismas naturalezas muertas que le obsesionan desde los años 80, y con las que selló su singularísima personalidad dentro de su generación.
Aunque ahora adoptan un aire casi marciano. El aire marciano de nuestros sueños de anticipación pictórica.
Así, en un gris paisaje lunar, que adivinamos hecho de polvo y piedras, brotan unos misteriosos vegetales verdes que tiñen con ramas rojas y violáceas la atmósfera. En otra de las arcanas instantáneas el jardín está en obras, hay ruinas irreconocibles, restos de templos, cajas de piedra que albergaron algo que ya no está y que las hierbas merodean. Una tribu de cactus transformistas se disputan el espacio. Hay jardines de cristal rodeados de piedras preciosas -¿zafiros?- y árboles caídos que parecen sangrar.
Pero también hay lugar para unos libros carbonizados que se confunden con la culpa encarnada de la fruta, y el negro carbón daloga con las vegetales heridas abiertas.
¿Son símbolos, son sueños, son estados del alma? Más allá de la respuesta, que ni el artista ni el observador están dispuestos a pronunciar, hay que decir que Carlos Forns Bada se limita a pintarlo, y lo que no cabe duda es que sabe pintarlo, y que además se empeña en pintarlo bien, y así acaba estando bien pintado.
Queda en el espectador una inevitable sensación de extrañeza que nos persigue incluso cuando dejamos la galería y nos internamos en la noche. “Mucho más que una imagen y sin embargo menos que una aparición”, me digo, modificando levemente un verso de un viejo poema de Pere Gimferrer que hablaba de lúgubres jardines y de vegetaciones cuajadas de verdes resplandores que oscurecían latiendo.

[Texto aparecido en el suplementeo METRÓPILIS de EL MUNDO]

TRADICIÓN Y MODERNIDAD EN FORNS BADA. Javier Maderuelo, 1998.

El creador madrileño hace que sus naturalezas muertas resulten novedosas.
Han resultado estériles las discusiones entre abstracción y figuración, modernidad y postmodernidad, demostrando lo infantil de ciertas clasificaciones. Las académicas instalaciones , los apolillados collages y las insulsas performances con los que se conforma el presunto discurso único de la actualidad, nos obligan a buscar la chispa vital y el riesgo creativo en otras direcciones. En esta búsqueda encontramos, por ejemplo, el trabajo de Carlos Forns Bada (Madrid, 1956), dibujante y pintor de procedimientos tradicionales, como la pintura al óleo, que practica géneros aparentemente clásicos, como el bodegón o el paisaje. Sin embargo, las naturalezas muertas de esta exposición son capaces de resultar novedosas porque destilan un lenguaje plástico que recrea imágenes propias.
Este mundo figurativo está formado por extrañas plantas carnosas e irreales, que parecen dispuestas formando bodegones, sobre unos paisajes de escarpados acantilados y llanuras pedregosas que más parecen lunares que terráqueos. Se trata de unas obras muy personales, de unas visiones intimistas que, sin embargo, no surgen de un desbordado capricho. Por el contrario, la originalidad de estas obras y su fuerza plástica se anclan en la tradición de cierta modernidad, de la que estos cuadros y esculturas son lógica continuación.
Así, algunas obras parecen destilar el misticismo de los bodegones de Giorgio Morandi y, a la vez, tienen el carácter comestible de ciertos cuadros dalinianos o la sensualidad de la Pintura fruta. Los sobrios paisajes despoblados recuerdan los terrosos montes de la Escuela de Vallecas o las mineralizadas formas de Alberto Sánchez. Transitar en la actualidad por estas vías, otrora vanguardistas, le permite a Carlos Forns Bada continuar por la senda de una tradición de modernidad, con independencia de los discursos a la moda, lo que legitima la permanencia de su trabajo.

[Texto aparecido en EL PAÍS]

EL MUNDO ORGÁNICO. Carlos García-Osuna, 1998

Carlos Forns Bada (Madrid, 1956), debutó con una muestra individual en la galería Edurne en 1976 y, en el vigésimo segundo aniversario de aquella circunstancia iniciática, lo celebra en la galería Estampa, situada en la misma calle y prácticamente enfrente de donde ahora se ubica Edurne.
Su pintura ha generado siempre en torno al dibujo y a la representación fantástica de seres y objetos y seres diseñados con apariencia de realista, aunque se incardinen en magmáticas composiciones para las que los elementos cotidianos se bifurcan en una doble simbología: lo que representan y lo que sugeren, ya que existe una capacidad intuitiva desarrollada y un sentido casi metafísico, también sancionado por un efecto ilusionista y una sustentación equívoca, porque no todo es lo que parece.
Hasta ahora, Forns Bada se interesaba por conceptos biológicos de carácter extraordinario, por restos fosilizados que unían a tal condición ka de aproximación a la ruina, como si partiese de un cuaderno poblado de dibujos científicos, de formas asumidas en tanto proyecciones objetivas de una realidad microscópica que posteriormente es ampliada por el ensamblaje del instinto y el conocimiento.
En la actual exposición de Estampa se exhiben ocho pinturas, seis dibujos y nueve esculturas. Los fondos de estas exposiciones no son de acompañamiento, sino que se configuran como estructura plástica integrada en el conjunto, siempre con una tendencia a lo ilimitado, a prolongar más allá del soporte una realidad mágica que está creciendo permanentemente.
Las plantas, los minerales, todo lo orgánico maridado en un paisaje de raigambre pictórica que, sin embargo, no descuida la categorización de los simbólico y menos aún la lección naturalista de lo que nos rodea, aunque ensanchando en sus significaciones por un embellecimiento formal que une el enigma que proyectan estos elementos de la Naturaleza con sus propiedades específicas.
Los dibujos tienen a la línea como protagonista, convertida en limpio arabesco que no obstruye la emoción que proporciona su aparente desnudez- “Libros quemados”, “Jardín en obras” y “Árbol caído”, tres de las piezas pictóricas más hermosas de la muestra, consiguen que ver sea una manera de habitar los sueños alucinados presididos por la insistencia de la maravilla.
Si en la muestra de hace dos años las pinturas tituladas “Bodegón de la pera” y “Estrella de Túnez” tendían a la tridimensionalidad, ahora ya hay esculturas, que definen elementos naturales como la rama de vid o la acacia, y hasta un barco se recrea con semillas y raíces orientales, que proceden del Jardín Botánico de Madrid, y son rellenadas con pasta de madera, debiéndose mencionar “Semilla de estrella”, realizada en yeso y plastilina.

[Texto aparecido en ABC DE LAS ARTES]

ITER AD SEPTEMTRIONEN. Carlos Forns Bada, 1982.

Gloria a las cumbres donde el hombre se hace de metal. Inmensas moles que guardan la esperanza del seísmo, de la avalancha, de la total destrucción. Ensueño de rocas sembradas de cadáveres desnudos. Elegancia de las alturas, vértigo de placeres ardientes.

Descuartizar alpinistas en el divino silencio de la cima. Crímenes y lujuria, suicidios y transfomaciones sobre el monte Tabor.

Paisajes desolados donde el explorador adiestrado hace crujir sus dientes. Caravanas perdidas hace siglos en la mortal contemplación de ruinas venenosas. Descubrimientos botánicos de los que vano será arrepentirse. Ciudades enteras que sucumbieron bajo el hechizo de una flor prohibida.

Cuerpos destrzados por un exceso de vegetación.

Sobre el horizonte extraviado surge como maldición el espejismo: visiones clorofílicas; perfiles abandonados; rostros que no son ya sino arabescos de fibras vegetales.

Sucumben los científicos bajo el poder del eñgaño. Troya ya no es venganza suficiente.

Aparición final de las fieras de azabache, llagas sangrantes fecundadas en atroz ritual. Celebraciones al borde de acantilados. Pensamientos que abandonan toda esperanza.

EDWARD LUCIE-SMITH A PROPÓSITO DE CARLOS FORNS BADA (en inglés). 2004.

The Spanish artist Carlos Forns Bada won early recognition in Italy. His reputation there dates from the exhibitions of his work organized in 1989 by Claudia Gian Ferrari and the late Italo Mussa. In a brief catalogue text, Mussa noted Forns Bada’s links to the Pittura Colta impulse that Mussa himself supported, and also to the inter-war Valori Plastici movement (named after also mentions Picasso the review of the same name, published in Rome between 1918 and 1922). For her part, Claudia Gian Ferrari noted the resemblances between the work of the young Spaniard and Italian artists of the Novecento such as Mario Sironi, and also the homage paid by the young artist to the neo.classical phase of his compatriot Picasso. In an interview with Arnaldo Romani Brizzi published in the same catalogue, Forns Bada also mentions Picasso and expresses admiration for the work of Sironi and for that of the sculptor Arturo Martini (1889-1947).

These guidelines are still valid today, but, during the decade and a half since that exhibition took place, perspectives have subtly shifted. Forns Bada was welcomed in Italy as a suitable Latin and classical cousin, but little attention was paid to his situation within the world of Spanish contemporary art. In a certain sense this is not surprising, since the artist situation in Spain is ambiguous. The official account of “the contemporary” now offered by Spanish museums and curators seem to differ in some important respects from the true situation. Generalísimo Franco died in 1975, just as Forns Bada was starting his career. His first one-person exhibition took place in 1976, at the Galería Edurne in Madrid. In the following year he was included in the 28ième Salon de la Jeune Peinture, held at the Musée du Luxembourg in Paris.

During the Franco years, painting had enjoyed a much greater liberty of expression that was allowed to literature. Interest focused on the Dau al Set group, founded in Barcelona in 1948, and in particular on the career of its most eminent member Antoni Tápies (b. 1923). Tápies enjoyed considerable success abroad, to the occasional irritation of the Spanish authorities, not least because his work seemed to fit in with some of the major artistic tendencies of the 1950s and 1960s, especially with what French critics defined as Art Informel and presented as a pan-European rival to American Abstract Expresionism.

Since Franco’s death, Spain has seen an extremely rapid growth of institutions that present, support and publicize contemporary art. The celebrated Guggenheim Museum in Bilbao is part of a much wider phenomenon. Naturally, this growth has needed the support of a more-or-less “official” history. What this history consists of could be seen in an exhibition organized in 2003 by the Museo del Corso in Rome. Entitled La Spagna Dipinge il Novecento (Spain paints the 20 th Century); it was drawn from the collection of the Reina Sofía in Madrid, which is now Spain’s pre-eminent collection of contemporary painting and sculpture.

The show began, logically enough, with the work of the great Spanish artists of the beginning of the century who based themselves in Paris ­– Picasso, Juan Gris, Julio González, with others of lesser rank from the same milieu. Miró, however, was represented only by work made much later in his career.

The period after the Spanish Civil War was notable for the absence of any typical paintings by the artists of the Dau al Set group. While Tápies was present with later work his fellow Dau al Set members Ponç and Cuixart were omitted. Yet this was the most important Modernist effort in immediately post-Civil War Spain. Later in the sequence, there was a gap where work from Equipo Crónica (1965-1981) should have been. Equipo Crónica represented the reaction against Art Informel, heavily touted in the Museo del Corso exhibition, and the effect to come to terms both with the political side of Picasso and with American pop Art.

In general, La Spagna Dipinge told a very one-sided story – for the organizers, Spanish art, post-Picasso, was largely a matter of the manipulation of texture and surface. Where it contained figurative elements – as for example in the work of Miquel Barceló, with its links to the Italian Trans-Avantgarde and to German Neo-Expressionism – it still had, as far as possible, to conform to his ideal.

Very few artists from the currently thriving Spanish realist tradition were included – the best known was Antonio López García, with a panoramic view of Madrid, equipped with a suitably abstract foreground.

Needless to say, Forns Bada’s work was absent, and so was that of any artist who might have been seen as mildly resembling him. This was all the more surprising because Forns Bada is already so well-known in Italy.

The gaps and the distortions in the selection made for the show can in part be attributed to the fact that the reina Sofía is a comparatively young institution, with important lacuanae in its own holdings of recent Spanish art. As for example, the Surrealist works of Dalí entered the Museum’s collection only after the death of the artist, and as his donation. Yet the choice also, I think, showed a determination to rewrite the history of 20 th Century Spanish art in such a way as to make it match both political and aesthetic agendas that are not in full conformity with the facts. It was an “anti-Franco” show where the memory of the Generalísimo cast a long shadow, not least in a nervous distaste for over-specfic imagery.

Given the context – and also given the fact that a convincing history of Spanish painting and sculpture in the second hald of the 20 th Century still remains to be written- it is important to look at elements in Forns Bada’s work which seem to have a specific relationship to the Spanish Modern tradition.

My first suggestion is that aspects of Juan Gris and of early work of Miró are at least as important to an understanding of Forns Bada’s work as his declared admiration for the neo-classical period of Picasso.

Admiration for Picasso is signalled by the frequent appearance of classical male heads. These often appear, not independently, but as properties in tightly organized still life paintings. An example is Busto Verde (1995). More frequently, however, the still lifes and plantscapes are without this kind of human presence. Corazón de piedra (1996) is quite typical of the works in this group.

What initially makes this painting seem unlike Gris is the intense colour, and the lack of typical Cubist faceting –through this is suggested by the actual forms of the plants and containers depicted. The likeness to Gris is, however, rooted in something much more fundamental, and becomes stronger the longer one looks at the composition: ita can be found in the crompession of space, the way the forms are pushed towards the front plane, and, above all, in the very tight organisation of the forms within the rectangle of the canvas. These forms echo one another in all sorts of slightly surprising ways –look, for instance, at the way in which the fractured stone at the bottom right (the “stone heart” of the title) echoes the shape of the yellow plant-pot placed next to it.

The resemblance to Miró’s early work –to his celebrated painting La Masía ( The Farm , 1921-1922), for instance- is, by contrast, due to Forns Bada’s use of bright, unmodulated colour, and of hard outlines to define the forms. Miró’s shapes for trees have more than a passing resemblance for the convention Forns Bada uses for pot-plants.

A third artist worth considering in this context is Dalí. Before dalí evolved the style of “veristic Surrealism” for which he became world-famous, he passed through a period in which the influence of traditional Spanisg realism mingled with that of cubism. The most successful work from this phase of his career is his Cesta de pan ( Basket of Bread, 1926). This is a more naturalistic painting than Forns Bada’s still lifes –that is, it is much closer to a kind of academic realism. Yet there are some characteristics in common, for example the crompression of the picture space. Also the intensity with which everything is seen, though in Forns bada’s case what is shown is largely invented, whereas the items in Dalí’s painting are passively observed.

The specific likeness to Dalí is worth nothing because there is in fact an element of genuine Surrealism in Forns Bada’s painting. The weird vegetable forms of Le Sacre du Printemps (1999), for example, are entirely Surrealist in spirit; while the landscape in Corazón abandonado (1995-1996) has a certain kinship with the Port Lligat scenery that supplied Dalí with inspiration for some of his own mature painting.

Another leading Surrealist, one who was not Spanish, but whose work has an even closer kinship in that of Forns Bada is Yves Tanguy (1900-1955). Tanguy’s biomorphic forms, some clearly vegetable, some quasi-mechanical, are set in lunar landscapes. They have an unmistakable resemblance to some of the things one sees in Forns Bada’s paintings. In particular there is the sense he gives one of confrontation with a re-invented nature.

Forns Bada’s relationship with nature is not a purely fantastic one, as a recent impressive series of imaginary portraits makes clear. The subjects are represented bust-length, behind a parapet, upon which is placed an emblematic object. This is a formula borrowed from Flemish primitive portariats of the 15 th Century. The portraits also have an affinity with the large classical heads that feature in earlier works by Forns Bada, and perhaps a further link with the Fayoum mummy portraits painted in Egypt in Roman times. Fayoum portraits have the huge, staring eyes that feature here. These help to give the images as visionary, otherworldly aspect.

The series includes a number of famous naturalists and plantsmen. Bartolomeo Bimbi (1648-1730), for instance, was a painter and naturalist who made documentary images for Cosimo III de Medici, Grand Duke of Tuscany. There is a collection of his paintings at Poggio a Caiano, the Medici villa which also houses some celebrated frescoes by Pontormo. Conrad Gesner (1516-1565) was born in Zurich and was the greatest naturalist of the 16 th Century. His four-volume History of Animals, published between 1551 and 1558, is nevertheless not really scientific in the modern sense, because it includes little that comes from direct observation. What it does include is a superb series of woodcuts of the animals discussed, plus proverbs, biblical citacions and references to pagan mythology. Another, later work is entitled A Book on Fossil Objects, their Shapes and Apearances. In connection with Forns Bada’s paintings it is interesting to note that in Gesner’s day a fossil was any interesting object found buried in the earth –its origin could be both animate and inanimate.

José Celestino Mutis (1732-1808) was a Spanish naturalist who worked in South America, in what was then Nueva Granada and is now Colombia. He took the holy order in 1772, and in 1783 Charles III of Spain appointed him to lead the official Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada. He was one of the first to study the medicinal properties of cinchona bark (quinine) and to cultivate commercially. Ulisse Aldrovandi (1522.1605), was a professor in Medicine at Bologna University, and founder of one of the first natural history museums. Alejandro Malaspina (1754-1810) was an Italian-born captain of the Spanish navy who made notable voyages of exploration in the Pacific.

Some of the personages celebrated by Forns Bada in these portraits are relatively obscure. For example, because Malaspina was imprisoned for political reasons on his return to Spain after his explorations in the Pacific, his achievements remained unknown until very recently. Others are of major importance in the history of Science. One such is Carolus Clusius (Charles de l’Écluse, 1526-1609), whose work has been described as the source from which our modern knowledge of plant genera originated. He was responsible for introducing the potato to much of continental Europe –Germany, Austria, France and the Low Countries. Another is the Englishman Robert Hooke (1653-1703), who has been described as being “perhaps the single greatest experimental scientist of the seventeenth century”. Inventor of the universal joint and the iris diaphragm, Hooke made a major contribution to biology with his book Micrographia (1665), based on observations made using a compound microscope of his own devising. Among the things he examined were insects, sponges and the feathers of birds.

 

Forns Bada’s pantheon also makes room for eminent writers and philosophers, such as Friedrich von Schlegel (1772-1829), one of the chief theoreticians of the German Romantic Movement, and his close friend Friedrich von Hardenberg (1772-1801), better known by his . pseudonym Novalis. Novalis is one of the key figures in the whole Romantic period, and his visionary poems and other writings continue to be influential two centuries after his death. His social theories were, for example, a major influence on the work of Joseph Beuys, the most influential german artist of the second half of the 20 th century. Novalis held that society had to pass through three stages. Kings and priests led the first of these. The second (that of his own time) was led by politicians and economists, whilst the third was to be led by interdependent individuals with the gift of “inspired artistic imagination”. Obviously these ideas were to some extent prompted by the events of the French Revolution, which took place during Novalis’s lifetime, but they also point forward to attitudes we now consider typically “modern”. The rebellious students of the Paris “evennements” of 1968 took their slogan from Novalis: “Imagination to the helm!” or “To imagination, full powers1”.

To these prophetic figures from the Romantic Movement, Forns Bada ads two more from classical antiquity – Virgil and Ovid. This varied group of personages, celebrated and obscure, scientific and literary, offers us a picture of an exceptionally well-stocked mind.

This series of imaginary portraits does not represent the only occasion on which Forns Bada has used this artistic convention. Sometimes the paintings are relatively specific. Lazarillo (2000), a young man accompanied by a dog, refers to the famous Spanish picaresque novel Lazarillo de Tormes, published in 1554, which is among other things a biting satire on the Church and Spanish establishment of its day. Lazarilo in Spanish means “a leader of blind men” (“lazarillo de ciegos”), and the book is the fictive autobiography of a rogue and con man. He is represented as a kind of giant, leaning against a mountain much smaller than himself. This device, with the human figure looming over a landscape depicted on a much smaller scale, is one that Forns Bada had already used in a number of earlier paintings.

Hoefnagel (1999) is a rather similar work, but not a pair to Lazarillo since it is painted on a slightly smaller scale. Joris Hoefnagel (1542-1601) was a celebrated draughtsman and book illuminator. Born in the Low Countries, he was driven out of Antwerp by the Spanish conquest of 1577 and took service first with Duke Albert V of Bavaria and then with the Emperor Rudolph II, who based himself in Prague. In addition to being a major art collector and patron, Rudolph collected natural “wonders” of all kinds –fossils, bones and minerals. He commissioned Hoefnagel to decorate a manuscript by the celebrated calligrapher Georg Bocksay that he had inherited from his grandfather Ferdinand I. Hoefnagel responded to the commission with exquisite studies of fruit, flowers and insects. Forns Bada alludes to this in the still life material he has added to his imaginary portrait of the artist. The manuscript has survived and is now in the collection of the Getty Museum.

Not content with this, he has added a curiously shaped vase, perhaps inspired by the work of the eccentric American George Ohr (1857-1918), the so-called “mad potter of Biloxi”. Ohr has become something of a cult figure in the world of contemporary art following the rediscovery of a great cache of his work in 1968, stored in the attic of a garage belonging to his sons. A museum in his honour designed by the leading architect Franck Gehry opened in Biloxi in 2003. The composition also includes a modern adjustable gooseneck desk lamp – a mischievously incongruous object.

Collector’s items from the early years of the 20 th century certainly interests Forns Bada. Another painting closely related to the two just described is Marla y el coleccionista de cristal Loetz (1999). Marla is the dog who features in the painting –she also appears in a number of others as well, among them Lazarillo. The Loetz glassworks at Klostermühle in Austria were founded in 1840, but the factory came into its own as a leading exponent of the Art Nouveau design in the years immediately before World War I. One soecialty was Phänomen glass – iridescent vases with ribbons of metallic colour winding over the surface. That appears to be what’s depicted here.

Yet other imaginary portraits are less specific – examples are Botánico (2000). Apparently painted from the same model as Lazarillo, and Giardinere incoronato (1996). Giardinere incoronato, however, puts the students of Forns Bada’s work to a slightly different track, since it has obvious resemblance to late Gothic or Renaissance panels showing “Christ Crowned with Thorns”. An example is the Ecce homo by Antonello da Messina (c.1430-1479) in the Metropolitan Museum, New York., where the bust-length figure of Christ is similarly placed behind a parapet – a re-use or a formula used in secular portraiture of the same epoch. A variation of this composition is Mediodía (1999), where the rose-crowned male figure leans against a pillow. The image is a curious mixture of the erotic and the sacred –the dead Christ transformed into a sleeping beloved.

These are just two out of a number of instances where Forns Bada alludes to pre-Modern religious art. His Autorretrato de un desconocido (2002) is a more elaborate variant on the “Ecce Homo” theme. The painting is a self-portrait, in which the artist appears as a fictive bust. The colour is a remainder of the painted sculptures found in Spanish churches. A thorn bush with blood-red berries springs up behind his right shoulder. One branch seems to make a crown of thorns around his bald head, and there are small drops of blood where the thorns have broken the skin. Around his neck there is another circlet of thorns. Desconocido in Spanish means “unknown” or “without fame”, so this can be read as an image of suffering of cruelly neglected artist.

Forns Bada’s range of reference to art both sacred and profane is both wide and surprising. For example, the hovering head, placed within a kind of halo or mandala, that appears at the centre of Paraíso en obras (1997-1998) has a striking resemblance to the images floating within elaborate roundels that feature in the illustrations made by the Sienese artist Giovanni di Paolo (c.1403-1483) for Dante’s Paradiso . It is clearly no accident that the word “paradise” is part of the title of the painting. Espinas (1996) makes the religious reference even more specific. The floating head, much larger here, is backed by an illuminated cross, and is evidently a representation of the mandyllon or Holy Face. Two legends are attached to this. The first makes its original appearance quite late, in the Ecclesiastical History written by Evagrius Scholasticus (c.536-c.600). According to this, Abgar V Ukkama, King of Edessa, was a lepper who sent a messenger to Christ looking for a cure. Unable to come to the king in person, Jesus sent instead a cloth imprinted with an image of his own face, which immediately effected a cure. In the 10 th century the miracle-working cloth made its way to Constantinople, and thanks to its presence there was gradually popularised though its representation on icons.

A better known legend is that of St. Veronica’s veil. This story, too, is non-scriptural, though many people now believe the contrary. It tells us how St. veronica succoured Christ on his way to the Crucifixion by wiping his sweaty face with her veil, which was immediately imprinted with his image. The incident is now represented at the Sixth Station of the Cross, and the original veil supposedly found its way to Rome where it was long venerated by pilgrims in St. Peter’, until in 1608 pope paul V decided to demolish the chapel that housed it and the relic disappeared, to be replaced later by a facsimile. The original is now claimed by a church at Manopello in the Abruzzi.

Forns Bada’s version is clearly the Mandyllon of Edessa, since the Christ shown in it is not crowned with thorns. Christ’s Passion is nevertheless foreshadowed by the items that appear on a shelf beneath the mandyllon. These include various fruit, among them prickly pears from cactus plants, eaten in Mexico and the Southwest of the United States, plus a leafless but fiercely thorny vonetendril. This is perhaps the closest the artist gets to producing a conventional religious image.

The references in his work can embrace both secular and sacred imagery, sometimes simultaneously. El vagabundo y el genio de la vegetación (2001) can be connected to Salvator Rosa’s etching The Genius of Salvator Rosa (1662), which makes a rather similar link betwen artistic talent and the abundance of nature. The lily stem that the protagonist holds also connects him to representations of the Angel of the Annunciation, while the presence of the nude miniature “genius” on his lap turns the painting into a slightly blasphemous variant of traditional Madonna and child compositions.

The lily stem is immediately recognisable for what it is. This is not the case with a great many of the plants that appear in Forns Bada’s paintings, which exist in a fantastic botanical world of their own. Jardín iridiscente (1999-2000) is once again a variant on a traditional theme – the still life of plants and insects placed outdoors rather than indoors. There are a number of characteristic paintings of this kind by Rachel Ruysch (1664-1750), for example, where the painting seems simply to have stumbled upon a particular group of plants in a woodland setting. In Forns Bada’s version of the theme everything is stylised. The sky is a resonant, completely cloudless blue. The vegetation ranges from the almost naturalistic to things that would be completely impossible in nature – for instance, the three-legged plant-creature on the left of the composition, with an open loop-like torso and a head or blossom that resembles a spoked wheel. Another of Forns Bada’s variants of the theme is Sotobosque (1999), which features a rearing caterpillar.

Forns bada does seem to have a particular liking for certain plants. He is particularly fond, for example, of the green capsules which are the fruit of the opium poppy or papaver somniferum, and many variations of these appear in his paintings. Also identifiable are fuchsias, cacti and several varieties of sempervivum. It is perhaps not surprising, given the artist’s Spanish origins, that many of these are plants that flourish in dry, hot conditions.

However, the plants he depicts are subject to many different kinds of transformation. For example, in Jardín VI (1997), the plant on the extreme right is in the process of turning into an object made of coloured tile-work, as are two similar plants that feature in Ceremonial (1997). These transformations often seem to be influenced by the wilder extremes of kitsch Spanish taste. In this sense, Forns Bada, in addition to being a Surrealist in line of descent from a number of the greatest 20 th century Spanish painters, also owns a debt to Pop Art.

Because Franco died only in 1975, Spanish artists had little chance to come to terms with Pop. Equipo Crónica, already mentioned, began its endeavours ten years before the dictator’s death, but there was still a sense of constraint in the work of the artists who belonged to the group – the very little they chose for it, suggests that they saw the pop sensibility as being more of a burden than a real opportunity to break out of a thgen stagnant situation. It labels them as more intent on recording the changes that were beginning to overtake Spanish society than actually eager to participate. In addition to this, pop in general initially found it difficult to flourish in what was basically still an artisan culture rather than an industrial one. The conditions necessary for the creation of “mass-culture” and with it “mass-taste” were simply not present in Spain until at least the end of the 1970s.

Forns Bada entered this situation at a time fortunate for himself. As the discussion of his work has already demonstrated, he was able to draw on a very wide spectrum of artistic elements and then put them together to make a uniquely personal style.

Where the question of kitsch is concerned one has to remember that an outstanding characteristic of Spanish culture is a profound sense of irony. One has to be specially keenly aware of this when examining Forns Bada’s use of kitsch. Bodegón (1996) refers to a very important element in the history of painting in Spain – the development of a still life tradition very different from the one that flourished in the Low Countries. Juan van der Hamen (1596-1631), the leading Spanish still-life painter of the early 17 th century, often presents objects in rigid, quasi abstract arrangements, placed upon neutral blocks of various heights. His preferred props include strangely shaped vases – one favourite is a kind of puzzle-jug, a pottery flask with a circular body pierced by a large hole – and Spanish biscuits and sweetmeats whose often capricious shapes foreshadow the more abstract ones favoured by Forns Bada. If one is familiar to typical works by Van der Hamen, it is immediately evident that Bodegón is both a parody and a paraphrase.

Spanish stil life paintings of the Golden Age are typified by a kind of quietism, a fascination with humble things, and often, too, by a Caravaggesque chiaroscuro. In paraphrasing them, Forns Bada gets rid of these characteristics. Bodegón is brightly coloured, with references to tile-work and to jewellery. It also shows a spatial compression that owes much to Cubism. Its basic artistic parentage is nevertheless unmistakable. Some references remain quite specific – for instance, the bowl form on the right is filled with little brightly coloured stones that are abstractions of the sweets that Van der Hamen loved to paint. The painting seems to satirise the actuality of contemporary taste when this is compared to the artistic achievements of the past.

In the majority of Forns Bada’s paintings the allusions are not quite so direct. The majority of his still life paintings show either a vase of flowers or a plant in a pot. These belong to a long and various tradition in Western art, shared by all the chief schools of painting. The first examples occur as subsidiary details in paintings with other subjects. For instance, a pot of lilies will often feature in a 15 th century painting of the Annunciation. When still life becomes an independent genre, flower pieces occupy a special position within it.

It is, however, a purely modern assumption that paintings of this kind were made in front of the motif. This may have been the case with the flower-pieces made by the Impressionists, but their 16 th and 17 th century predecessors operated in a very different way. The lavish bouquets of Jan Brueghel the Elder (1568-1625) consist of flowers that bloom at different seasons and were evidently compiled from a collection of watercolour studies made by the artist. The same was certainly the case of the Spanish painter of flowers Juan de Arellano (1614-1676). In more recent times, both Cézanne and Giorgio Morandi made use of paper flowers rather than real ones, since the real thing faded too fast to suit their method of work.

Forns Bada’s flowers are deliberately artificial –and, unlike the work of the artist cited above, they deliberately and self-consciously call attention to their own atificiality.

The same comment applies to paintings which, for want of a better word, one can describe as “landscapes”. Mostly what they portray is a deliberately confined space, a kind of hortus conclusus. This too has a long tradition on Western art. The traditional hortus conclusus, for example, often serves as a setting for a Vigin of Humility, sitting directly on the ground. The garden represents Paradise and is surrounded by a wall, which symbolises the fortress of Mary’s virginity.

Forns bada takes this idea and develops it in a thoroughly mischievous way. Ceremonial (1996), already mentioned, represents a space tightly enclosed by a blue tiled wall that takes the place of the open blue of the sky. The plant-forms that occupy this space are all of them phallic. The transformations imposed on them, however, suggest that their sexual identity remains unfulfilled, as does the green curving stem in the foreground, which could be a whip intended to punish all this straining sexuality.

One of the most fascinating aspects of Forns Bada’s work is the way in which it functions as a kind of cultural echo-chamber. The spectator is never quite certain how many of the references are consciously intended, and how many, by contrast, have arisen directly and unprompted from the artist’s subconscious. In this sense he is both a PostModernist and a genuine Surrealist.

The painter himself once declared: “I do not identify myself asa figurative or non-figurative painter – that doesn’t seem important to me. The presence or absence of of figurative imagery has no relevance to the value of the work. I think any good painter always looks for the same thing. I know that the painters whose work interests me particularly are those who have experienced the materials of painting in an intense fashion (…)”.

This statement dates from as long ago as 1989 but it is clear that it holds good today. The thing that fascinates Forns Bada above all is the search for ways of making paintings that are complete statements in their own terms. That is, what goes into the painting – for example, the various cultural and art-historical references I have tried to elucidate here – is secondary to the existence of the work as a total, if complex, form, which has come into existence through the use of a particular technique or series of techniques.

Nevertheless it remains evident that this is also a kind of art that remains interested in knowledge, as opposed to the willed ignorance that informs so much contemporary art.

By “willed ignorance” I mean that there is still a feeling, among many artists and consumers of art, that the artwork, in order to be valid, must eschew contact with anything that may have preceded it. This is a perversion of the Romantic doctrine of the wholly individual, original, spiritually isolated artist that evolved during the closing years of the 18 th century and was carried to new extremes during the opening decades of the 19 th century.

Forns Bada is, of course, an heir of the Romantic Movement, just as he is also the inheritor of much from the time before Romaticism. The striking Autorretrato de un desconocido takes its place in a long line of Romantic and proto-Romantic self-portraits that includes examples by Dürer, Jacques-Louis David and Courbet.

What is striking about the picture is something that is, in a more general sense, striking about the rest of his production. The image is self-conscious, but it is tightly controlled, far from indulgent self-consciousness. The sense of irony, whose presence in his work I have already stressed, is at work here, just as it is elsewhere.

The paintings Forns Bada makes are also fictions in a Borgesian sense. They offer us a series of alternative universes. There are, in fact, two statements made by Jorge Luis Borges (1899-1986) that immediately come to mind when I look at Forns Bada’s work. The first id from an essay on Kafka: “In the critic’s vocabulary, the word “precursor” is indispensable, but it should be cleansed of all connotations of polemic or rivalry. The fact is that every writer creates his own precursors. His work modifies our conception of the past, as it will modify the future”.

For the word “writer” one can in this case substitute the word “painter”.

The other comes from the afterword to El Hacedor (The Maker, 1960, but entitled Dreamtigers in English): “A man sets out to draw the world. As the years go by, he peoples a space with images of provinces, kingdoms, mountains, bays, ships, islands, fishes, rooms, instruments, stars, horses, and individuals. A short time before he dies, he discovers that the patient labyrinth of lines traces the lineaments of his own face”.

 

[Texto del libro CARLOS FORNS BADA, publicado por Il Polittico, Roma, 2004)]